Que la serie quiera tener 22 capítulos por poco tiempo y se emita semanalmente, lo que se acerca a la bulimia televisiva y a las plataformas que designan los hábitos y costumbres de la televisión tradicional, dado que las series que persisten -y por sus derechos de emisión si siguen pagando millones de dólares: ellos son los que, por más de una serie de episodios, nos han dado una victoria más cercana con sus personajes que con muchos miembros de nuestra familia.
Que en las últimas horas de la televisión generalista podemos distinguir una revista más, que sus tonos, temas, colaboradores y presentadores tienen sentimientos intercambiables, que tienen personalidades.
Es la misma personalidad que me hizo perder deliberadamente Telecinco para 2023. Que la incorporación de Carlos Franganillo es sólo el primer paso para redefinir una cadena que hoy, siendo benevolente, es poco menos que un cajón de sastre. (Y que vuelva Sálvame un día para que veáis el partido como transición con la información, a ver si Franganillo reacciona tan bien como Piqueras).
Que TVE poco a poco recupera el garbo de otras épocas ya demasiado lejanas. Es injusto compararla con la que subía sola a la parrilla a jugar, sí. Y al mismo tiempo sabemos que algunos de sus homólogos de otros países lo han hecho mejor. Más servicio público, más calidad, más atención a lo que los desposeídos por definición no quieren, no pueden haber.
Los deseos están por escrito en los Reyes Magos y el nuevo año es más adecuado a los propósitos, pero como disfruto mucho más destacando lo magnífico de la televisión que informando lo malo, mis deseos televisivos para 2024 son una forma de decidir que Quiero seguir escribiendo televisión y de lo mejor de la televisión. Gracias por leer y por ver.
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